El Señor es
bondadoso y compasivo,
lento para
enojarse y de gran misericordia;
el Señor es
bueno con todos
y tiene
compasión de todas sus criaturas.
Sal 144,
8-9
Oración
inicial
Dios nuestro, que por medio de
admirables sacramentos nos concedes participar ya en este mundo de los bienes
celestiales; guíanos por el camino de la vida y condúcenos a la luz donde tú
habitas. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Maestro y Señor. Amén.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA…
I
LECTURA
Nos
dejamos abrazar por Dios, que nos recibe, nos perdona y nos sigue cuidando a
pesar de nuestro pecado. Confiamos, nada menos, en quien ha hecho con nosotros
una alianza eterna.
Lectura
de la profecía de Miqueas 7, 14-15. 18-20
Apacienta con tu cayado a tu
pueblo, al rebaño de tu herencia, al que vive solitario en un bosque, en medio
de un vergel. ¡Que sean apacentados en Basán y en Galaad, como en los tiempos
antiguos! Como en los días en que salías de Egipto, muéstranos tus maravillas.
¿Qué dios es como tú, que perdonas la falta y pasas por alto la rebeldía del resto
de tu herencia? Él no mantiene su ira para siempre, porque ama la fidelidad. Él
volverá a compadecerse de nosotros y pisoteará nuestras faltas. Tú arrojarás en
lo más profundo del mar todos nuestros pecados. Manifestarás tu lealtad a Jacob
y tu fidelidad a Abraham, como lo juraste a nuestros padres desde los tiempos
remotos.
Palabra
de Dios.
Salmo
102, 1-4. 9-12
R.
El Señor es bondadoso y compasivo.
Bendice al Señor, alma mía, que
todo mi ser bendiga a su santo Nombre; bendice al Señor, alma mía, y nunca
olvides sus beneficios. R.
Él perdona todas tus culpas y sana
todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de
ternura. R.
No acusa de manera inapelable ni
guarda rencor eternamente; no nos trata según nuestros pecados ni nos paga
conforme a nuestras culpas. R.
Cuanto se alza el cielo sobre la
tierra, así de inmenso es su amor por los que le temen; cuanto dista el oriente
del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados. R.
EVANGELIO
Hoy
miremos al Padre, a nuestro Padre, que nos espera en el camino luego de
habernos desgastado en “lo que no es de Dios”. Y también veamos cómo espera “al
otro”, a “mi hermano”. ¡Qué lindo sería que hoy tomemos la mano de nuestro
hermano mayor o hermano menor y juntos nos dejemos abrazar por el Padre, que
nos espera a los dos con amor eterno!
Ì
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 15, 1-3. 11b-32
Todos los publicanos y pecadores se
acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban,
diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo
entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su
padre: ‘Padre, dame la parte de herencia que me corresponde’. Y el padre les
repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que
tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida
licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel
país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de
los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él
hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero
nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre
tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré
a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya
no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’.
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su
padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo
besó. El joven le dijo: ‘Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco
ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus servidores: ‘Traigan enseguida
la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los
pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi
hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado’. Y
comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la
casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de
los sirvientes, le preguntó qué significaba eso. Él le respondió: ‘Tu hermano
ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha
recobrado sano y salvo’. Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para
rogarle que entrara, pero él le respondió: ‘Hace tantos años que te sirvo, sin
haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un
cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha
vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el
ternero engordado!’. Pero el padre le dijo: ‘Hijo mío, tú estás siempre
conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu
hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido
encontrado’”.
Palabra
del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA
En el evangelio de hoy, Jesús narra
la parábola del «padre que acoge a su hijo pródigo». Continuidad de los
sentimientos de Dios. El Antiguo Testamento contiene páginas equivalentes.
-Señor, conduce tu pueblo con tu
cayado, el rebaño de tu heredad, que mora solitario en la maleza...
Es ésta una imagen rural poética,
las ovejas alocadas, perdidas en el monte bajo, esperan que vaya el pastor a
liberarlas y conducirlas a los verdes pastizales.
-Como en los días de tu salida de
Egipto, haznos ver prodigios.
El pasado es garante del presente.
Lo que Dios hizo antaño es garantía
de lo que continuará haciendo.
«Si Dios no ha amado tanto dándonos
a su Hijo, ¿cómo podría abandonarnos?» dirá San Pablo.
-¿Qué Dios hay como tú,
Que quite la culpa
Que perdone el delito,
Que no mantenga su cólera por
siempre
Pues se complace en el amor...?
Este es ya el «padre del hijo
pródigo».
Hay que leer de nuevo esas palabras
sin comentario.
Considerando que se aplican a
nosotros, a mí... y a toda persona.
Cordero de Dios, que quitas el
pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
-Una vez más, ¡ten piedad de
nosotros! ¡
Pisotea nuestras faltas!
¡Arroja todos nuestros pecados al
fondo del mar!
Ciertamente es verdad que deseo
hacerte esta súplica.
Quizá no me hubiera atrevido a
tanto al expresarla.
Pero, ¡puesto que tú mismo me las
sugieres a mi!
-Otorga tu fidelidad... tu
gracia... que juraste a nuestros padres desde los días de antaño.
La seguridad de nuestra salvación
no está vinculada a nuestros propios méritos sino a la fidelidad de Dios a sus
promesas. ¡Afortunadamente!
Pero es preciso confiar en esa
fidelidad, creer en ella.
La misericordia de Dios no puede
ser un estimulo a la pereza. No me salvaré por mis propias cualidades ¡seguro!
Tengo de ello experiencia. Pero, tampoco me salvaré si no colaboro, si no
participo por mi parte a esa salvación que Dios me da. Hay por lo menos, que
tender la mano y el corazón para acogerla.
De otro modo, el hombre moderno
podría acusarnos de estar «alineados»: el término "misericordia" no
tiene buena prensa en la literatura de hoy... (Ver Encíclica "Rico en
misericordia" de Juan Pablo II). Se le encuentra resabio de sentimentalismo
y paternalismo.
De hecho la salvación de Dios
suscita nuestra responsabilidad: es preciso que sea esperada y recibida con
todo nuestro ser... y, en particular, debemos llegar a ser misericordiosos,
cuando uno mismo ha sido beneficiario.
«Perdonen... como han sido perdonados...»
ORAMOS
CON LA PALABRA
Es justo
que haya fiesta y alegría,
porque tu
hermano estaba muerto
y ha vuelto
a la vida,
estaba
perdido y ha sido encontrado.
Lc 15, 32
Oración
conclusiva
Padre, ábranse los oídos de tu
misericordia a los ruegos de los que te suplicamos, y, para que recibamos lo
que deseamos, concédenos pedir lo que es de tu agrado. Por Jesucristo, nuestro
Señor.
¡Buena
jornada!