sábado, 7 de marzo de 2015

Sábado semana 2 de Cuaresma


El Señor es bondadoso y compasivo,
lento para enojarse y de gran misericordia;
el Señor es bueno con todos
y tiene compasión de todas sus criaturas.
Sal 144, 8-9

Oración inicial

Dios nuestro, que por medio de admirables sacramentos nos concedes participar ya en este mundo de los bienes celestiales; guíanos por el camino de la vida y condúcenos a la luz donde tú habitas. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Maestro y Señor. Amén.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA…

I LECTURA

Nos dejamos abrazar por Dios, que nos recibe, nos perdona y nos sigue cuidando a pesar de nuestro pecado. Confiamos, nada menos, en quien ha hecho con nosotros una alianza eterna.

Lectura de la profecía de Miqueas 7, 14-15. 18-20

Apacienta con tu cayado a tu pueblo, al rebaño de tu herencia, al que vive solitario en un bosque, en medio de un vergel. ¡Que sean apacentados en Basán y en Galaad, como en los tiempos antiguos! Como en los días en que salías de Egipto, muéstranos tus maravillas. ¿Qué dios es como tú, que perdonas la falta y pasas por alto la rebeldía del resto de tu herencia? Él no mantiene su ira para siempre, porque ama la fidelidad. Él volverá a compadecerse de nosotros y pisoteará nuestras faltas. Tú arrojarás en lo más profundo del mar todos nuestros pecados. Manifestarás tu lealtad a Jacob y tu fidelidad a Abraham, como lo juraste a nuestros padres desde los tiempos remotos.
Palabra de Dios.
Salmo 102, 1-4. 9-12

R. El Señor es bondadoso y compasivo.

Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo Nombre; bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios. R.

Él perdona todas tus culpas y sana todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura. R.

No acusa de manera inapelable ni guarda rencor eternamente; no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas. R.

Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de inmenso es su amor por los que le temen; cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados. R.

EVANGELIO     

Hoy miremos al Padre, a nuestro Padre, que nos espera en el camino luego de habernos desgastado en “lo que no es de Dios”. Y también veamos cómo espera “al otro”, a “mi hermano”. ¡Qué lindo sería que hoy tomemos la mano de nuestro hermano mayor o hermano menor y juntos nos dejemos abrazar por el Padre, que nos espera a los dos con amor eterno!

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 15, 1-3. 11b-32

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de herencia que me corresponde’. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: ‘Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus servidores: ‘Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado’. Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso. Él le respondió: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo’. Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: ‘Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!’. Pero el padre le dijo: ‘Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado’”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA

En el evangelio de hoy, Jesús narra la parábola del «padre que acoge a su hijo pródigo». Continuidad de los sentimientos de Dios. El Antiguo Testamento contiene páginas equivalentes.

-Señor, conduce tu pueblo con tu cayado, el rebaño de tu heredad, que mora solitario en la maleza...

Es ésta una imagen rural poética, las ovejas alocadas, perdidas en el monte bajo, esperan que vaya el pastor a liberarlas y conducirlas a los verdes pastizales.

-Como en los días de tu salida de Egipto, haznos ver prodigios.

El pasado es garante del presente.

Lo que Dios hizo antaño es garantía de lo que continuará haciendo.

«Si Dios no ha amado tanto dándonos a su Hijo, ¿cómo podría abandonarnos?» dirá San Pablo.

-¿Qué Dios hay como tú,

Que quite la culpa

Que perdone el delito,

Que no mantenga su cólera por siempre

Pues se complace en el amor...?

Este es ya el «padre del hijo pródigo».

Hay que leer de nuevo esas palabras sin comentario.

Considerando que se aplican a nosotros, a mí... y a toda persona.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.

-Una vez más, ¡ten piedad de nosotros! ¡

Pisotea nuestras faltas!

¡Arroja todos nuestros pecados al fondo del mar!

Ciertamente es verdad que deseo hacerte esta súplica.

Quizá no me hubiera atrevido a tanto al expresarla.

Pero, ¡puesto que tú mismo me las sugieres a mi!

-Otorga tu fidelidad... tu gracia... que juraste a nuestros padres desde los días de antaño.

La seguridad de nuestra salvación no está vinculada a nuestros propios méritos sino a la fidelidad de Dios a sus promesas. ¡Afortunadamente!

Pero es preciso confiar en esa fidelidad, creer en ella.

La misericordia de Dios no puede ser un estimulo a la pereza. No me salvaré por mis propias cualidades ¡seguro! Tengo de ello experiencia. Pero, tampoco me salvaré si no colaboro, si no participo por mi parte a esa salvación que Dios me da. Hay por lo menos, que tender la mano y el corazón para acogerla.

De otro modo, el hombre moderno podría acusarnos de estar «alineados»: el término "misericordia" no tiene buena prensa en la literatura de hoy... (Ver Encíclica "Rico en misericordia" de Juan Pablo II). Se le encuentra resabio de sentimentalismo y paternalismo.

De hecho la salvación de Dios suscita nuestra responsabilidad: es preciso que sea esperada y recibida con todo nuestro ser... y, en particular, debemos llegar a ser misericordiosos, cuando uno mismo ha sido beneficiario.

«Perdonen... como han sido perdonados...»

ORAMOS CON LA PALABRA

Es justo que haya fiesta y alegría,
porque tu hermano estaba muerto
y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y ha sido encontrado.

Lc 15, 32
Oración conclusiva

Padre, ábranse los oídos de tu misericordia a los ruegos de los que te suplicamos, y, para que recibamos lo que deseamos, concédenos pedir lo que es de tu agrado. Por Jesucristo, nuestro Señor.

¡Buena jornada!